sábado, 23 de febrero de 2008

1950-1953. La conquista del Everest

Historia de un gigante.


1950. Nepal el centro de operaciones.

Todo había cambiado demasiado. De entrada, los británicos ya no podrían inaugurar el ochomilismo con estilo, empezando por la montaña más alta. Los franceses se habían adelantado en 1950 con el bajito Annapurna, de 8.091 metros, en 1950. Ese mismo año, los británicos se habían encontrado con que su aliado natural, el gobierno del Tíbet, había dejado de dar permisos por temor hacia los extranjeros, y en el 51 fue invadido por China con lo que se confirmaron unos miedos que no habían hecho sino empezar. Por un momento, el Everest estuvo prohibido, pero el reino de Nepal autorizó el paso de alpinistas. China, al contrario, cerró las fronteras tibetanas para poder destruir el país a sus anchas y someter a su población.Prácticamente se tuvo que empezar desde el principio. Lo aprendido de la cara norte ya no servía para nada. Desde 6.000 metros en el Pumori, al oeste del Everest, Eric Shipton, quien había estado en las cuatro expediciones británicas de los años 30 por la vertiente tibetana, tuvo en 1951 una privilegiada visión de la montaña mientras trataba a vista de pájaro de encontrar la nueva ruta por el Khumbu. A la izquierda, la ruta antigua aparecía clara: "la pequeña plataforma a 7.800 metros donde tantas noches hemos pasado, el campamento VI de Norton, las Bandas Amarillas y las siniestras rocas desplomadas de la Banda Negra, el Segundo Escalón, el Gran Couloir". Todo había sido vivido con suficiente intensidad como para tener nombre propios. Eso era ahora el pasado. El futuro estaba a la derecha, por el sur, a través de la caótica masa de grietas que Mallory había considerado imposible en 1921 cuando la vio desde ese mismo collado, el Lho La, que Shipton tenía ahora a sus pies. Lo mismo había opinado el americano Houston en 1950 cuando realizó la primera inspección de la Gran Cascada de Khumbu. Pero, lo "más notable e inesperado" de aquella visión es que tanto él como su compañero, Edmund Hillary, veían claramente cómo al fondo concluía el caos de grietas, y venía la dulce planicie del Valle del Silencio, y detrás se elevaba el Lhotse que comunicaba con el Collado Sur de una forma natural, sin aparentes complicaciones para un alpinista. No podían haber encontrado nada más estimulante.Esta imagen podían completarla en la memoria con la secuencia fotográfica que unos aviones de la Royal Air Force habían tomado en 1945 de la continuación lógica, la Arista Sureste. Desde el Collado Sur, la ruta tampoco parecía presentar dificultades insalvables.Sin embargo, aunque las ilusiones les habían transportado más allá de la Cascada de Hielo, seguía siendo el primer problema para resolver. Aun hoy abrirla y equiparla cada año supone un trabajo diario, duro y peligroso, que, de común acuerdo, se suele encomendar a sherpas de varias expediciones. Entonces era aún peor: se trataba de averiguar si era posible sortear sus grietas, por dónde, y cuánto esfuerzo y medios harían falta.Shipton, Hillary y sus tres compañeros comenzaron la exploración. Con nieve normalmente hasta la cintura, sin tener la mayoría de las veces ninguna referencia de donde se encontraban una vez internados en ese laberinto, pendientes de que cualquier muro de hielo se desplomara de un momento a otro, fueron encontrando los pasos hasta prácticamente su final. Faltaba una grieta, sólo una grieta más separaba la Cascada de Hielo del Valle del Silencio. Pero esa grieta atravesaba todo el glaciar, su anchura oscilaba entre los 30 y los 90 metros y, al otro lado, su labio superior era un muro de hielo vertical. Optaron por la retirada y esperar a la primavera.


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1952. Los suizos se adelantan.

Dejarlo ahí era razonable, pero la decisión puso en evidente peligro la decisión británica de adjudicarse la conquista del Everest. A diferencia de hoy día, cuando al menos 20 expediciones lo intentan desde Nepal, eran tiempos en que se concedía un permiso o ninguno. Y el de 1952 sería para una expedición suiza. Para todo el año.En esa expedición, estaba el mejor alpinista suizo de la época. Raymond Lambert. Entonces, las técnicas de cramponeo permitían progresar ya rápidamente por el hielo, aunque en ocasiones se seguían tallando escalones; las suelas de goma y sin clavos de las botas ofrecían mayor seguridad escalando en roca. En los Alpes, a finales de la década de los 30, se habían resuelto los Tres Grandes Problemas, las tres caras norte más temidas: el Cervino, el Eiger, las Grandes Jorasses. Y Lambert era uno de los que se habían medido con ellas y triunfado, aunque los dedos de sus pies ya habían visto al cirujano debido a un incidente en sus montañas natales. Además, concluida la guerra, la tecnología había conocido otro gran desarrollo que influyó en mejoras en la vestimenta y en los equipos de oxígeno.Con Lambert había otro gran protagonista. Tenzing Norgay se había curtido desde su primera expedición en el 35, cuando le contrató Shipton con 18 años. No había fallado en apenas ninguna de las siguientes. Había aprendido las técnicas del alpinismo y estaba considerado indispensable para el Everest, pero no como porteador. Era un escalador de punta y el sirdar (jefe de los porteadores).Pero antes que la maestría como escalador y la resistencia en altura, para escalar el Everest había que hacer el trabajo sucio, resolver el paso de la Cascada del Khumbu. En cinco días fueron encontrado los pasos posibles, un caótico camino que durante toda la expedición se tendría que estar recorriendo para portear hacia los campamentos superiores. Ése sería también el camino de vuelta, tal vez, de la cumbre.Los suizos resolvieron la espectacular grieta final rapelando (descenso controlado usando la cuerda) hacia su interior. A los 18 metros, mucho antes de su final insondable, la cruzaron por un puente de nieve y pasaron al otro lado. A continuación construyeron un puente tirolés fijando y tensando un par de cuerdas entre un lado y otro.Explorar lo que venía a continuación no resultó especialmente difícil, pero tampoco estuvo exento de equivocaciones, de llegar al destino por el camino más largo. Hoy, existen guías, fotografías de todo. Entonces ellos eran quienes las estaban haciendo. La expedición logró colocar el campamento VI a 8.000 metros en el Collado Sur, donde nunca nadie había estado antes.El 27 de mayo, Lambert y Tenzing, delante, y René Aubert y Léon Flory, detrás, continuaron la exploración. Ascendieron buscando los mejores pasos de la Arista Sureste hasta que alcanzaron los 8.400 metros. Entre todos, sólo Tenzing llevaba una tienda para dos. En ese instante decidieron que en lugar de dejar un depósito de material y bajar, Aubert y Flory descendieran al Collado Sur mientras Lambert y Tenzing tendrían el honor de estar en la punta de la flecha, como se verá Lambert en sus alucinaciones nocturnas, que se dirigía a la cumbre del Everest. A cambio, en aquella tienda no había ni sacos de dormir, ni hornillo, sino vigilia porque se pensaba -y así ocurre a veces- que el sueño en las alturas inducía directamente a la muerte.Al día siguiente, como no había nada para desayunar, sólo tuvieron que ponerse los crampones, algo más complicado de lo que parece sin quitarse los guantes, para comenzar a andar en medio de un tiempo inestable. Un paso, tres respiraciones; un descanso, chupar del regulador de las botellas de oxígeno porque el esfuerzo era tan grande que no podían andar y aspirar con fuerza al mismo tiempo; 25 metros, cambio de turno para abrir huella, a veces andando, otras a cuatro patas. Habían salido desde 8.400 metros y cinco horas después estaban a 8.600 m. Habían obtenido un nuevo récord de altura y otro fracaso en la montaña, pero un éxito para sus vidas.Ellos bajaron y, días más tarde, un segundo equipo de cumbre no logró salir del Collado Sur debido al mal tiempo. En el otoño, de nuevo Lambert y Tenzing fueron los que consiguieron llegar más alto, a 8.300 metros para tener que retirarse a toda velocidad en medio de una fuerte tormenta que les obligó a abandonar los campamentos de altura y su contenido.


1953. Hillary y Tenzing consiguen la cumbre.

Siguiendo los pasos de los suizos entraron como un cañón los británicos. Todo había cambiado mucho en todas partes. De entrada, Shipton, el jefe de las expediciones británicas al Himalaya de los últimos años, incluido el reconocimiento del Khumbu en el 51 y el intento fallido al Cho Oyu (8.201 m) del 52, había sido cesado del cargo. Le sustituiría John Hunt, alpinista y militar, quien tenía que aplicar sus propios métodos para no fallar. De hecho, estuvo a la altura de las circunstancias: el día D estaba en el Collado Sur, en la tercera cordada de ataque. Eso si recuperaba sus fuerzas.La idea de Hunt era un ataque escalonado. Desde el Collado Sur, primero salieron Bourdillon y Evans para llegar hasta donde pudieran, y a continuación Hunt y Da Namgyal para portear equipo hasta el Campamento 9, previsto a 8.500 m pero que tuvieron que dejar a 8.350 metros destinado para los siguientes. Pusieron todo su empeño, dejaron incluso sus propias botellas de oxígeno semivacías y, asumiendo el riesgo que se corre cuando se deja de utilizar, se arriesgaron a un descenso hasta el Collado Sur, donde llegaron desfallecidos. Más tarde, regresaron Evans y Bourdillon. No lo habían logrado, pero en el lugar de su último paso ascendente habían dejado dos botellas de oxígeno para los siguientes.Ese día D fue el 29 de mayo de 1953. Los británicos volvían a contar con Tenzing Norgay y podían conocer de primerísima mano los avances suizos. Ahora con el impetuoso Edmund iba a tener otra oportunidad, "la séptima vez en el Everest", se decía Tenzing, "ya son demasiadas". El día anterior, la despedida de los compañeros en el Collado Sur no pudo ser más venturosa: "Buena suerte y mucho cuidado", les dijo Evans, "recordad que, si alcanzáis la cima, el año que viene descansaréis".Esta vez, la tienda del campamento 9 iba a estar bien equipada. Al final, apoyados por Lowe, Gregory y Ang Nyma recogieron el depósito que dejó Hunt a 8.350 y continuaron hasta 8.500. Tenían hornillo, zumo de limón, sopa, sardinas, galletas y mermelada, sacos de dormir y dormían con botellas de oxígeno.En la madrugada del 29, comenzaron a andar. Su única carga eran los 18 kilos de las botellas de oxígeno. Desde los 8.500 de su tienda aún tenían que superar la Cumbre Sur y después un muro de nieve que en adelante se conocerá como Escalón Hillary. Pero el intenso frío que vivió Tenzing en 1952 se había transformado en una plácida mañana.Eran las once y media antes de mediodía, "me di cuenta de que la cresta ya no se elevaba , ahora descendía claramente. Muy abajo se veía el Collado Norte y el glaciar de Rongbuk. Miré hacia arriba y vi una punta nevada. Unos golpes de piolet y estábamos en la cima". De esta manera Edmund Hillary cuenta los pasos definitivos en el techo del mundo. El 29 de mayo de 1953 se daba por concluida la conquista del Everest que había comenzado el británico George Mallory en 1921. En la cumbre, buscaron algo que él o Irvine pudieran haber dejado en 1924, como a veces hacen los alpinistas. No encontraron nada. Fácilmente allí puede haber un metro más, o menos, de nieve de un año para otro, algunos se han pinchado el culo al sentarse sobre la punta tapada del trípode que colocaron los chinos en 1975. Como para ver un recuerdo de 30 años atrás, si lo hubiera. Hillary tomó una foto de su compañero asiendo el piolet adornado con banderas. Cuando a Hillary se le ha preguntado por qué no se hizo una foto siempre ha dicho lo mismo: "Simplemente, se me olvidó".


Pareció una vida entera.

Por E. Hillary.
A las cuatro de la madrugada reinaba la calma. Abrí la puerta de la tienda y miré a lo lejos sobre los oscuros y dormidos valles de Nepal. Por debajo de nosotros, las cumbres heladas relucían débilmente en la luz del amanecer y Tenzing señaló hacia el Monasterio de Thyangboche, apenas visible sobre su prominente espolón, casi cinco mil metros más abajo. Era alentador pensar que aún siendo tan temprano, los lamas de Thyangboche estarían rezando a sus dioses budistas, ofreciendo devociones por nuestra seguridad y bienestar.Encendimos el hornillo, y en un resuelto esfuerzo por prevenir la debilidad procedente de la deshidratación, bebimos grandes cantidades de jugo de limón con azúcar, y a continuación acabamos con la última lata de sardinas, que acompañamos con galletas. Arrastré al interior de la tienda los equipos de oxígeno, les quité el hielo y a continuación los revisé y comprobé por completo. Me había quitado las botas, que se habían mojado un poco el día anterior, y ahora estaban rígidas y congeladas. No había más remedio que tomar medidas drásticas, así que las coloqué encima de la orgullosa llama del Primus, y a pesar del fuerte olor a cuero quemado conseguí ablandarlas. Nos pusimos las prendas cortaviento encima de nuestra ropa de plumas y en las manos sobrepusimos tres pares de guantes: de seda, de lana y manoplas impermeables.A las 6.30 nos arrastramos fuera de la tienda, nos colocamos a la espalda los catorce kilos del equipo de oxígeno, conectamos los respiradores y abrimos las válvulas para permitir que el oxígeno vivificado fluyera a nuestros pulmones. Unas pocas inspiraciones profundas y estábamos listos para partir. Todavía un poco preocupado por mis pies fríos, pedí a Tenzing que partiera y él se alejó del peñasco que protegía nuestra tienda abriendo una hilera de profundas huellas hacia la pronunciada pendiente de nieve en polvo a la izquierda de la arista principal. La arista estaba ahora bañada por la luz del sol y a lo lejos, por encima de nosotros, divisamos la Cumbre Sur, nuestro primer objetivo. Tenzing, moviéndose cuidadosamente, marcaba peldaños siguiendo una larga travesía hacia la arista y alcanzamos su cresta justo allí donde forma una característica protuberancia de nieve alrededor de 8.500 metros de altitud. Desde allí la arista se estrechaba hasta ser como filo de un cuchillo, y como mis pies estaban ya calientes pasé yo delante.Avanzábamos despacio pero ininterrumpidamente, sin necesidad de detenernos para recuperar el aliento, y me pareció que teníamos aún muchas reservas. La nieve blanda e inestable hacía que fuera difícil y peligroso caminar sobre la arista, así que descendí un poco por el lado izquierdo donde el viento había creado una fina costra que a veces mantenía mi peso, pero la mayoría de las veces se hundía con un súbito crujido desastroso para el equilibrio y para la moral. Después de caminar un rato por esta arista más bien penosa, llegamos a una pequeña concavidad donde hallamos las dos botellas de oxígeno abandonadas en el anterior intento de Evans y Bourdillon. Rasqué el hielo de los manómetros y me alivió mucho comprobar que contenían varios cientos de litros de oxígeno, suficiente para permitirnos bajar al Collado Sur si lo economizábamos un poco. Con la reconfortante certeza de contar con aquellas botellas de oxígeno continué el ascenso abriendo huella por la arista, que pronto se ensanchó, pronunciándose su inclinación para convertirse en la formidable pendiente de nieve que a lo largo de 150 metros asciende hasta la Cumbre Sur. Las condiciones de la nieve parecían claramente peligrosas pero como no existía ninguna ruta alternativa evidente, continuamos esforzándonos por abrir aquella incómoda huella. En aquella sección especialmente fatigosa nos turnamos varias veces en cabeza, y en una ocasión cedió parte de la nieve a mi alrededor, haciéndome resbalar a lo largo de tres o cuatro de mis propias huellas. Consulté con Tencing acerca de la conveniencia de seguir adelante y él, aunque admitiendo que no le gustaban las condiciones de la nieve, concluyó con su frase familiar: "Como tú prefieras." Decidí continuar. No sin alivio, alcanzamos por fin una zona de nieve más firme algo más arriba y, tallando peldaños a lo largo de los últimos tramos pendientes, cramponeamos hacia la Cumbre Sur. Eran las nueve de la mañana. Contemplamos con interés la arista virgen que teníamos delante. Tanto Bourdillon como Evans habían sido deprimentemente exactos respecto a sus problemas y dificultades, y comprendimos que podía resultar una barrera casi insuperable. A primera vista era verdaderamente impresionante e incluso inspiraba miedo. A la derecha, grandes cornisas retorcidas, masas colgantes de hielo y nieve que sobresalían como dedos sobre los tres mil metros de vacío de la vertiente de Kangshung. Cualquier movimiento hacia esas cornisas sólo podía significar el desastre. Desde la base de las cornisas, la arista se volcaba abruptamente hacia la izquierda hasta el lugar donde la nieve se encontraba con la gran pared rocosa que ascendía del Cwm Occidental. Aparentemente sólo había una zona segura: la escarpada pendiente de nieve entre las cornisas y la pared de roca parecía estar compuesta de nieve firme y compacta. Si la nieve estaba blanda e inestable, nuestras posibilidades de progresar por la arista serían bastante escasas. Si podíamos marcar peldaños por aquella pendiente, al menos podríamos avanzar un poco. Cavarnos unos asientos en la nieve justo debajo de la Cumbre Sur y nos quitamos el oxígeno. Una vez más realicé los cálculos mentales que constituyeron una de mis principales preocupaciones tanto al subir como al descender la montaña. Se había acabado una de las botellas y ahora sólo quedaba una llena. ¿Ochocientos litros de oxígeno a tres litros por minuto? ¿Cuánto nos duraría? Calculé que aquello nos permitiría cuatro horas y media de marcha. Nuestro aparato era ahora mucho más ligero, apenas algo más de nueve kilos, y mientras tallaba peldaños al descender de la Cumbre Sur notaba una clara sensación de libertad y bienestar totalmente contraria a lo que yo hubiera esperado sentir a esta altitud.Cuando mi piolet mordió en la primera pendiente de la arista, todas mis esperanzas se cumplieron. La nieve era cristalina y firme. Dos o tres golpes rítmicos del piolet bastaban para formar un peldaño suficientemente grande incluso para nuestras enormes botas de alta montaña, y lo mejor de todo, un firme empujón al piolet lo hundía hasta medio mástil, proporcionando un seguro sólido y reconfortante. Nos movíamos primero uno y luego otro. Me daba cuenta de que nuestro margen de seguridad a esta altitud no era grande y de que debíamos tomar todas las medidas de precaución. Así, yo avanzaba unos doce metros tallando una línea de peldaños mientras Tenzing me aseguraba. A continuación yo hundía ni piolet y colocaba algunos anillos de cuerda en torno suyo, y Tenzing, protegido frente a un eventual resbalón, venía a reunirse conmigo. Después, otra vez volvía él a asegurarme mientras yo seguía tallando. En algunos lugares las colgantes cornisas de hielo eran sumamente anchas, y para evitarlas tenía que descender hasta donde la nieve se juntaba con la roca en el lado oeste. Era impresionante mirar desde lo alto de aquella enorme pared de roca y divisar, 2.500 metros más abajo, las diminutas tiendas del campo IV en el Cwm Occidental. Trepando por las rocas y tallando presas en la nieve continuábamos nuestra progresión hasta superar aquellos pasajes difíciles.En una de aquellas ocasiones noté que Tenzing, que hasta entonces había ido muy bien, reducía de pronto el ritmo y parecía respirar con dificultad. Por experiencias anteriores sospeché inmediatamente de su suministro de oxígeno. Observé que del tubo de salida de su máscara de oxígeno colgaban carámbanos de hielo, y al observarlo de cerca hallé que el tubo, de unos cinco centímetros de diámetro, estaba completamente obturado por el hielo. Conseguí retirarlo, proporcionándole un gran alivio. Al revisar mi propio equipo de oxígeno descubrí que estaba ocurriendo lo mismo, aunque aún no había llegado a causarme molestias. En adelante presté mucha más atención a este problema.El tiempo parecía perfecto para el Everest. Bien aislados como estábamos con nuestra ropa de pluma y las prendas cortaviento, no nos molestaban ni el viento ni el frío. Sin embargo, en una ocasión me quité las gafas de glaciar para examinar una sección difícil de la arista y muy pronto quedé cegado por la fina nieve en polvo que levantaba el viento, y que me obligó a cubrirme los ojos con rapidez. Continué tallando escalones. Para sorpresa mía, estaba disfrutando con la ascensión tanto como jamás había disfrutado en una bella arista de mis Alpes neozelandeses. Después de una hora de marcha ininterrumpida llegamos al pie de un pasaje con aspecto de ser el más formidable problema de la arista: un resalte de roca de unos 15 metros de altura. Conocíamos la existencia de este escalón por las fotografías aéreas y también lo habíamos visto con prismáticos desde Thyangboche. Sabíamos que, a aquella altitud, podía muy bien significar la diferencia entre el éxito y el fracaso. Aquella roca, lisa y casi desprovista de presas, podría haber sido un interesante problema para un grupo de expertos escaladores del Lake District un domingo por la tarde, pero aquí suponía una barrera para nuestras ya mermadas fuerzas. No vi forma de rodear el obstáculo a través del escarpado muro del flanco oeste, pero afortunadamente quedaba aún una posibilidad por intentar. En su flanco este había otra gran cornisa, y a lo largo de todo el resalte ascendía una estrecha grieta entre la cornisa y la roca. Dejando que Tenzing me asegurara lo mejor posible, me empotré dentro de esta grieta y luego, golpeando hacia atrás con los crampones, hundí las puntas en la nieve dura que había detrás de mí y me levanté del suelo. Aprovechando las pequeñas presas en la roca y toda la fuerza de mis rodillas, hombros y codos, ascendí cramponeando literalmente de espaldas, rezando fervientemente para que la cornisa permaneciera unida a la roca.A pesar del considerable esfuerzo progresé en forma continua aunque lenta, y mientras Tenzing me aseguraba ascendí hasta llegar por fin a lo alto del escalón, arrastrándome fuera de la grieta hasta una amplia repisa. Durante algunos momentos me quedé tumbado, recuperando el aliento, y por primera vez sentí la feroz certidumbre de que nada nos impediría ahora alcanzar la cumbre. Me aposté solidamente sobre la repisa e indiqué a Tenzing que subiera. Tiré de la cuerda mientras Tenzing luchaba en la grieta hasta llegar por fin a la reunión, donde se dejó caer exhausto como un gran pez al que acaban de sacar del mar después de una terrible batalla.Comprobé nuestros equipos de oxígeno y calculé aproximadamente el ritmo de flujo. Todo parecía ir bien. Debido probablemente al problema que había tenido con su equipo de oxígeno, Tenzing se movía con cierta lentitud pero ascendía con seguridad, y eso era lo más importante. Su único comentario cuando le pregunté por su estado fue una sonrisa y un gesto de la mano hacia la arista. Íbamos tan bien a tres litros por minuto que decidí que, llegado el caso, podríamos reducir a dos litros por minuto si fuera necesario resistir más tiempo.La arista continuó en la tónica anterior. Cornisas gigantescas a la derecha; rocas escarpadas a la izquierda. Proseguí tallando escalones sobre la estrecha banda de nieve. La arista se curvó hacia la derecha y no podíamos hacernos una idea de dónde se hallaba la cumbre. Cada vez que dejaba atrás un lomo, se izaba en la distancia otro más alto. El tiempo transcurría y la arista parecía no acabar nunca. En un lugar donde el ángulo de la pendiente cedía, probé a cramponear sin tallar escalones, esperando ahorrar tiempo, pero rápidamente comprendí que nuestro margen de seguridad en aquellas escarpadas pendientes y a aquella altitud era demasiado pequeño, así que continué tallando. Ahora comenzaba a estar cansado. Llevaba dos horas cortando peldaños sin interrupción, y también Tenzing se movía muy despacio. Mientras contorneaba otro recodo, me pregunté algo aburrido hasta cuándo podríamos aguantar. Nuestro entusiasmo inicial había desaparecido casi por completo y todo se iba convirtiendo en una lucha espantosa. De pronto observé que la arista, que iba siguiendo, en lugar de ascender monótonamente, descendía de pronto, y mucho más abajo divisé el Collado Norte y el glaciar de Rongbuk. Miré hacia arriba y contemplé una estrecha arista de nieve que ascendía a una cumbre nevada. Unos pocos golpes más del piolet sobre la nieve compacta y estábamos arriba.Mis sentimientos iniciales fueron de alivio: alivio de que ya no hubiera más peldaños que tallar, más aristas que atravesar ni más lomos que nos engañaran con esperanzas de éxito. Miré a Tenzing y a pesar del pasamontañas, las gafas y la máscara de oxígeno incrustada de carámbanos que ocultaban su rostro, no podía ocultar la contagiosa sonrisa de puro deleite al contemplar cuanto le rodeaba. Nos estrecharnos las manos y entonces Tenzing me echó el brazo sobre los hombros y nos dimos palmadas mutuas en la espalda hasta quedar casi sin aliento. Eran las once Y media. En la arista habíamos invertido dos horas Y media, pero nos parecieron una vida entera.


Un metro y medio de cuerda.
Por Tencing Norgay.

He pensado mucho acerca de lo que a decir: de cómo Hillary y a la cumbre del Everest. Más tarde, cuando bajamos de la montaña, hubo muchas discusiones estúpidas en torno a quién llegó arriba primero. Unos decían que fui yo; otros que fue Hillary. Algunos, que sólo uno de nosotros llegó arriba -o ninguno. Otros, incluso, que uno de nosotros tuvo que arrastrar al otro hasta la cumbre. Todo eso son tonterías y en Katmandú, para poner fin a todas estas discusiones, Hillary y yo firmamos un escrito en el que decía: "alcanzamos la cumbre casi juntos". Creímos que así terminaría todo. Pero no terminó. La gente siguió haciendo preguntas e inventando historias. Señalaban ese "casi" y decían, "¿Qué significa eso?" Los montañeros comprenden que semejante pregunta no tiene sentido; que cuando dos hombres están en la misma cuerda están JUNTOS, y no hay más. Pero otras personas no lo entienden. En la India y Nepal, lamento decirlo, se me ha presionado mucho para que dijera que yo alcancé la cumbre antes que Hillary. Y por el mundo entero me preguntan, "¿Quién llegó primero? ¿Quién llegó primero?"Vuelvo a decir, "Es una pregunta tonta. La respuesta no significa nada." Sain embargo es algo que se ha cuestionado tanto, provocando tantas discusiones y dudas y malentendidos, que después de mucho pensarlo creo que es preciso dar esa respuesta. Debo aclarar que no voy a hacerlo para mi propio beneficio. Ni para el de Hillary. Es por el amor al Everest y a las generaciones que vengan después. "¿Por qué tiene que haber un misterio en ello?" dirán ellos, "¿hay algo de que avergonzarse? ¿Algo que deba ocultarse? ¿Por qué no podemos conocer la verdad?"... Muy bien, ahora conocerán la verdad. El Everest es demasiado grande, demasiado precioso para que haya nada excepto la verdad.Un poco por debajo de la cumbre, Hillary y yo nos detuvimos. Miramos hacia arriba. Y continuamos. La cuerda que nos unía medía unos diez metros, pero yo tenía la mayor parte de ella en la mano, arrollada en anillos, así que sólo había algo más de metro y medio de distancia entre ambos. Yo no pensaba en "primero" y "segundo". No me dije a mí mismo, "Hay una manzana de oro ahí arriba. Voy a empujar a Hillary a un lado y voy a lanzarme a por ella." Subimos con lentitud, sin interrupción. Y entonces llegamos. Hillary pisó la cumbre el primero. Y yo después.Así que esto es. La respuesta al "gran misterio". Y si después de tanta discusión y polémica la respuesta parece sosegada y simple, sólo puedo decir que así es como debe ser. Sé que muchos de entre los míos se sentirán decepcionados. Han dado una importancia grande y falsa a la idea de que debería haber sido yo "el primero". Todas estas personas han sido buenas, magníficas conmigo, y les debo mucho. Pero debo más al Everest y a la verdad. Si es una deshonra que yo haya subido un paso detrás de Hillary, tendré que vivir con esa deshonra. Pero yo no creo que sea así. Ni creo que, en definitiva, me gane la deshonra por contar esta historia. Una y otra vez me he preguntado a mí mismo, "¿Qué pensarán de nosotros las generaciones futuras si permitimos que las circunstancias de nuestro logro permanezcan envueltas en el misterio? ¿Acaso no sentirán lástima de nosotros, dos camaradas en la vida y la muerte, que teníamos algo que esconder ante el mundo? Y cada vez que lo preguntaba la respuesta era la misma: "Sólo la verdad es lo suficientemente buena para el futuro. Sólo la verdad es lo suficientemente buena para el Everest".Ahora está ya dicha la verdad. Y yo estoy dispuesto. a ser juzgado por ello. Llegamos a la cumbre. Estuvimos en ella. El sueño se hizo realidad...



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